Abro los ojos lentamente, aún sin ser consciente de lo que hago; acto seguido se cierran instintivamente al chocar con la claridad del día. Me muevo vagamente entre las blancas sábanas mientras me llega un olor fresco y húmedo. Estoy sola en una habitación que no es la mía y en el fondo de mi paladar un desagradable gusto a alcohol y resaca me incita al malestar. Al intentar incorporarme me entra un mareo terrible, todo me da vueltas, me llevo una mano a la cabeza como si ese ademán de sujetarla fuese a parar el malestar; suspiro y miro hacia la ventana. La primera sonrisa del día, es uno de esos pequeños placeres que te llenan de satisfacción aunque sean absolutamente banales. Me dirijo al alféizar, abro las contraventanas y, acompañado de un bostezo, murmullo "Buenos días, mundo". El cielo está absolutamente azul, contrariamente a lo esperado en Gran Bretaña a mediados de abril, manchado sólo por alguna esponjosa nube... Hoy lo veo todo mejor, un nuevo comienzo, otra vez, me espera un gran día con muchas cosas que pensar y responsabilidades que afrontar, pero de momento, voy a hacerme un café y disfrutar de mis efímeros momentos de paz.
Sé que es casi nada, pero me sirve de tanto,
sólo una palabra para olvidarme del pánico.
Minúsculas gotas de paz,
trocitos de tranquilidad,
son el colchón de un corazón a medio curar.
lunes, 19 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario